Un bebé, un niño, un adulto. Todos tenemos deseos y necesidades específicas manifestadas de distintas formas según nuestra edad y con la espera consciente o inconsciente de que éstas sean cubiertas o respetadas desde que somos pequeños y a lo largo de nuestro crecimiento personal. Ésta es la premisa en la que se basa la crianza respetuosa, relaciones horizontales entre padres e hijos, basadas en la empatía y la igualdad. Aprendamos un poco más de ella.
La paternidad es una de las experiencias más desafiantes de la vida. Traer a un ser humano al mundo y guiarlo desde cero a través de él, es una responsabilidad enorme y una incertidumbre constante en búsqueda del bienestar y la felicidad de nuestros pequeños.
¿Cómo saber elegir y aplicar el "método correcto” de crianza?
Constantemente y desde décadas anteriores, los padres de familia se han topado con distintas “fórmulas” para criar hijos sanos, que la sociedad, las costumbres de antaño y pedagogos han establecido.
Muchas de ellas contradictorias entre sí: algunas enfocadas en la autoridad y el castigo; y otras más en el vínculo afectivo entre padres e hijos y la crianza con apego.
Pues bien, en relación con este último enfoque encontramos la crianza respetuosa, que más que un método como tal, es vista como un estilo de vida que fomenta la paternidad consciente y busca guiar al pequeño desde su propia óptica y tomando en cuenta sus necesidades y mecanismos de adaptación.
Es decir, se reconoce al bebé, al niño o a la niña como una persona con los mismos derechos de un adulto, respetando su espontaneidad y sus procesos madurativos: y cuyas bases fundamentales son:
¿Cómo ejercer la crianza respetuosa?
El ejercicio de la crianza respetuosa se lleva a cabo a través de las prácticas cotidianas del pequeño, como hábitos de higiene, alimentación, vestimenta, juego, disciplina, etc.
Cabe destacar que, aunque esta ideología se centra en los primeros años de vida, puede ser aplicable en cualquier etapa de los seres humanos.
Aquí te dejamos 10 claves y ejemplos para ejercerla:
1. Conoce a tu hijo
Aunque parezca una tarea tan sencilla y evidente, muchos de nosotros no nos damos el tiempo de analizar y detectar las características que hacen únicos a nuestros pequeños. El estar cerca de ellos, observarlos y analizarlos, nos da la pauta para su conocimiento y con ello ofrecerles lo que necesitan para crecer sanamente.
Ejemplo: A la hora del juego o la comida, fíjate en el lenguaje corporal de tu pequeño, sus gestos y cómo los asocia a sentimientos: si abre mucho los ojos ante el miedo, si se toca la cabeza, etc.
2. Da pie a su autonomía
Como adultos es fácil creer que la vida de nuestros hijos nos pertenece por completo, y que todas las decisiones con respecto a ellos y su desarrollo están en nuestras manos. Sin embargo, la crianza respetuosa apuesta por permitirles a nuestros pequeños ser más independientes de acuerdo con su ritmo madurativo. Gracias al fomento de la autonomía, el niño descubre que cuenta con las capacidades necesarias para desenvolverse en su vida cotidiana, reforzando su autoestima y confianza en sí mismo.
Ejemplo: Preguntas simples como: ¿te gustaría lavarte los dientes antes o después de ponerte la pijama?
3. Empatiza con su perspectiva
Ponernos en los zapatos de nuestros hijos nos muestra panoramas que quizá nunca habríamos imaginado. Un niño ve el mundo de manera muy distinta a la de un adulto, por lo que el permitir que exprese sus necesidades, sentimientos y concepción de las cosas a través de sus comportamientos, nos ayuda a cubrir sus necesidades de la mejor manera posible.
Ejemplo: Si tu hijo llega a contarte que un niño lo golpea en el colegio, escucha con claridad su relato y pregúntale cómo se siente y qué le gustaría que pudieran hacer para evitar esta situación.
4. Incítalo a negociar
Llegar a un acuerdo con nuestros hijos les brinda las herramientas que necesitarán en el futuro para ser exitosos y justos con los demás. Por el contrario, cuando los padres utilizan el poder y la dominación les enseñan a sus pequeños que la agresividad y la restricción son las claves para conseguir lo que se quiere.
Ejemplo: Si van al parque, ha llegado el momento de irse y tu hijo o hija quiere quedarse más tiempo, llega a un acuerdo estableciendo el número de veces que puede tirarse de la resbaladilla antes de irse.
5. Redirige su comportamiento
Si tu hijo está teniendo conductas inapropiadas, en lugar de decirle “no”, “no lo hagas” o recurrir al castigo, trata de comprender el porqué de su comportamiento y ofrécele alternativas para canalizar sus emociones y necesidades.
Ejemplo: Si no quieres que tu hijo pinte las paredes de tu casa, armen juntos un espacio en casa para que desarrolle su creatividad y que sea su zona de dibujo.
6. Enseña vocabulario y control emocional
Los niños aprenden con el ejemplo y si tú eres capaz de identificar tus emociones y regularlas, enséñale a él o a ella cómo hacerlo. Asimismo. proporciónale a tu pequeño (a) vocabulario emocional compartiendo cómo te sientes al respecto; sobre todo en situaciones en las que él esté involucrado. De igual forma aprende a identificar sus expresiones de enfado, tristeza, estrés, miedo. Trata de contenerlo y enséñale a autocontrolarse.
Ejemplo: En una cartulina coloca caritas o hasta emojis con expresiones básicas (alegría, enojo, miedo, etc) y enseña a tu hijo sobre esas emociones. Hazle saber, además que cuando no pueda decirte cómo se siente, puede recurrir a la cartulina para señalártelo.
7. Sé flexible y respeta su individualidad
Como papás, muchas de las veces tenemos expectativas irreales, y si nuestros pequeños no las cumplen, solemos decepcionarnos. No obstante, cada niño es diferente y tienen sentimientos, necesidades y procesos distintos. Recuerda también que son naturalmente ruidosos, curiosos, desordenados, creativos, impacientes, enérgicos y egocéntricos. Acepta a tus hijos tal y como son y adapta tu estilo de crianza según su personalidad y evolución propia.
Ejemplo: Si tu pequeño ya llegó a la edad “establecida” en la que debe de dejar el pañal y aún no lo ha hecho, no lo presiones. Trata de enseñarle con paciencia a usar su bacinica y si se reúsa o se estresa, prueba con intentarlo un día sí, un día no. No olvides elogiar sus logros.
8. Establece límites
Fija reglas claras, sencillas, consensuadas y ajustadas a su edad. Explícaselas a detalle a tus pequeños, asegurándote que las comprendan. Asimismo, los límites deben ser consistentes y transmitidos con firmeza y cariño.
Ejemplo: Si tu hijo te pega, no esperes hasta el día siguiente para reprenderlo. Y en lugar de usar frases como “eres malo”, puedes decirle mientras lo miras a los ojos: “esto está mal hecho”.
9. Sé puntual en los castigos
Existe evidencia de que los niños aprenden por ensayo-error. Es decir, con la guía de un adulto los pequeños aprenden a asociar las acciones con sus consecuencias naturales.
Por tanto, el castigo debe ser el último recurso que como padres habremos de aplicar ante conductas desobedientes. Y en caso de recurrir a él, nunca debe perjudicar su autoestima, si no hacerle entender al pequeño el porqué del mismo.
Ejemplo: Si tu hijo se niega a recoger sus juguetes, como ya habían quedado, puedes decirle: “si no juntas tus juguetes, lo haré yo y quedarán guardados todo un día”.
10. Renuncia a los golpes
Como se mencionó en párrafos anteriores, los golpes son considerados una forma de violencia. Pensémoslo de esta manera: si yo no puedo pegarle a mi pareja, a mis amigos, a mi madre o a mi jefe, ¿por qué podría golpear a mis hijos indefensos?
Al recurrir a la violencia física demostramos que hemos perdido el control de nuestras emociones y que los golpes son el medio para arreglar los problemas. La violencia genera más violencia.
Ejemplo: Si estás muy enojado o enojada con tu hijo, abandona la habitación y haz lo que necesites para recuperar la calma, ya sea respirar, darte un baño o meditar.
Como hemos visto, la crianza respetuosa promueve una educación natural, que, si bien nos da la pauta con los elementos básicos de empatía y respeto, resulta un ejercicio de paternidad más intuitivo y empírico.
Por otra parte, algunos expertos aseguran que los padres que siguen este estilo de crianza tiene un poder de persuasión mayor, pues el niño se ve inclinado naturalmente a seguir a sus padres gracias a esta empatía recíproca.
Finalmente, tenemos con resultado niños felices e independientes, con una visión más amplia del mundo, con mayor capacidad de razonamiento, y entendimiento; con una autoestima fortalecida, y con la seguridad de que pueden contar con sus padres siempre que lo necesiten.
Fuentes: