La cuestión entre golpear o no a nuestros hijos como método de disciplina sigue siendo controversial. Algunos padres aseguran que ayuda a moldear el carácter y comportamiento del niño, mientras que los especialistas recalcan el daño que causa una simple bofetada. Descubre qué sucede al golpear a tus hijos.
Durante años, el pegarles a los niños en busca de castigo y obediencia fue el método de crianza más aceptable y justificable. Incluso dentro de las escuelas, los maestros golpeaban a sus alumnos si presentaban mal comportamiento.
Hoy, aunque se aboga por una educación basada en el respeto, muchos padres siguen recurriendo a los golpes en sus hogares, a pesar de los esfuerzos de psicólogos y especialistas, asegurando que no existe consecuencia positiva en este acto.
Y es que quizá, vivir en una época donde la violencia es normalizada influye en esta decisión, o simplemente aún no se conocen a fondo o no se quieren aceptar los daños que estamos provocando en nuestros pequeños cada vez que les damos una nalgada, un “manazo” o una “inofensiva” cachetada.
Según la OMS, una cuarta parte de todos los adultos confiesan haber sufrido maltratos físicos cuando eran niños, mientras que el 41% de los padres que le pegan a sus hijos, manifiestan haber sido educados a golpes.
¿Por qué sucede esto? Principalmente porque la agresividad se aprende y mientras más escenas de violencia viva o presencie un niño, se formará la idea de que los golpes son aceptables para resolver los conflictos con los demás y los repetirá en sus relaciones futuras.
Asimismo, debemos considerar que aún así sea un “pequeño” pellizco, un azote, o alguna grosería, no se trata de un acto justificable y menos cuando es dirigido a un ser que está en inferioridad de condiciones físicas e intelectuales que nosotros.
En cuanto a las repercusiones, esto es lo que sucede si golpeas a tus hijos:
Hablar de forma civilizada siempre será la mejor opción, Es importante tomarse el tiempo necesario para hacerle entender a nuestros hijos que están actuando de manera incorrecta, sin importan qué tan pequeños sean.
Para ello, usa frases cortas pero claras, expresando tus sentimientos. Por ejemplo: “Estoy muy molesta porque…” y agregar “Espero que recojas tus juguetes y nos los dejes tirados por el suelo”. Sin atacarlo ni calificarlo despectivamente.
Por otra parte, si crees que estás perdiendo el control, lo mejor es alejarse un poco, tratar de calmarse y de nuevo hablar con el pequeño. La inteligencia emocional es una gran herramienta para estos casos.
Y, por último, siempre que reprendas a tu hijo, demuéstrale también tu cariño. Esto reforzará el regaño sin necesidad de dañarlo física o emocionalmente.
Fuentes: