Desde siempre, los seres humanos nos hemos encontrado en una búsqueda constante de uno o varios seres supremos a quienes atribuirles los misterios de nuestra existencia (como la muerte, y el origen y sentido de la vida) y a quienes confiarles nuestro destino, nuestro cuidado y la esperanza de algo mejor.
Toda la vida y desde que somos pequeños, nos ha resultado común y hasta normativo creer en un dios y junto con ello mantener una religión y seguir los rituales, reglas y preceptos de la misma.
Sin embargo, en la actualidad y sobre todo en grupos de personas jóvenes, como los millenials y generación Z, se ha llegado a un punto en el que muchas de estas creencias arraigadas, se cuestionan, se desbaratan o hasta se niegan, dejándolos desvalidos y sin una figura omnipotente a quien recurrir.
A estas personas se les denomina “huérfanos espirituales”. ¿Eres uno de ellos? Te explicamos más a fondo.
Un huérfano espiritual es un término atribuido a aquellas personas que en un proceso de introspección y reflexión profunda se han cuestionado las creencias religiosas y espirituales inculcadas desde que son pequeños.
Se preguntan por qué se cree en los que creen, si están de acuerdo con ello o si es suficiente para su faceta espiritual.
Se preguntan el por qué van a la Iglesia cada domingo, o si Dios tiene aquella imagen que en general se nos enseñado; o si realmente Él está con nosotros a cada momento, si nos escucha o si nos cuida.
Las respuestas a estos cuestionamientos a veces no existen, o no tienen fundamento en un nivel terrenal que los convenzan de que son verdad, por lo que deciden romper con estos paradigmas y rebelarse ante la idiosincrasia de generaciones anteriores.
Pero al hacerlo, se sienten desamparados, en un limbo espiritual porque no saben hacia dónde ir o qué buscar. Nadie los guía, nadie los escucha. Hay silencio y nada más. Se quedan solos. Se quedan huérfanos.
“Mi problema no es con Dios, sino lo que los demás me enseñaron de lo que es Dios”.
Esta frase logra resumir uno de los motivos principales por el cual los huérfanos espirituales llegan a ese estado.
Para muchos de ellos, la simple palabra “Dios”, ya resulta un problema, ya sea por religiones sumamente fanáticas u ortodoxas inculcadas desde la infancia, o bien, todo lo contrario: un ateísmo exacerbado, en el que hay rechazo absoluto de la deidad.
Ambas situaciones son factores que los conducen al mismo camino, el rechazo a las creencias heredadas y la búsqueda constante de un refugio pacífico; un ente protector, aunque no de figura antropomórfica: o una fuerza ajena para sobrellevar las bondades y tempestades de la vida propia.
Cabe mencionar, que otro elemento adicional fue la llegada de la pandemia y el estado de aislamiento al que nos llevó. Durante este periodo de confinamiento, las personas creyentes y religiosas no solo no pudieron asistir a sus centros de culto, sino que muchas de ellas, comenzaron a replantearse sus valores espirituales, o bien, a priorizar su búsqueda de Dios , o lo que para ellos ahora es Dios en lugares distintos.
Para el ser humano, la espiritualidad es un aspecto esencial y es más que necesario creer en algo o en alguien más allá de uno mismo. Algo que trascienda, que nos conecte con el alma y nos proporcione una forma de comprender la vida.
Es así que, independientemente de la religión, nos embarcamos en una indagación interminable de significado personal; de ser espectadores de cuánto nos sucede y de encontrarle un sentido y finalidad a la existencia.
Los huérfanos espirituales, al desapegarse de una religión o creencia teísta, se encuentran en una búsqueda de experiencias que hagan que su vida personal tome sentido, buscando alternativas para llenar aquel vacío interior y así alcanzar la felicidad.
Es por ello, que en la actualidad y a sabiendas de estas nuevas y cambiantes necesidades, podemos observar un “mercado espiritual”.
Es decir, un aumento de alternativas de consumo para conectar con uno mismo o con el universo. Técnicas milagrosas para encontrar la felicidad, prácticas rigurosas de purificación del alma; así como símbolos, ceremonias y textos en los cuales se encuentra aparentemente la verdad absoluta.
No obstante, muchas de las veces, resultan solo un alivio fugaz e ineficiente. Por ejemplo:
En resumidas cuentas, todas estas opciones buscan un mismo objetivo: alimentar el espíritu, y cubrir esas carencias que ha dejado la orfandad voluntaria.
Y esta búsqueda no acabará nunca. Nos seguiremos cuestionando porque no existe una verdad absoluta, ni es un punto al que necesariamente debamos llegar.
La vida es un conjunto de ciclos que comienzan y terminan y que nos harán enfrentarnos ante nuevas interrogantes y renovar nuestra persona día tras día.
FUENTES: