Un árabe le pidió dinero prestado a un judío. Sucede que el árabe jamás había pagado una deuda, y el judío jamás había perdido un sólo centavo en alguna transacción. Pasó el tiempo, y el árabe había estado escondiéndose del judío, y éste nunca había logrado agarrarle para que le pagara. Hasta que un día, ellos se cruzaron en el bar de un gallego. Ahí comenzaron a discutir. El árabe, acorralado, no encontró otra salida, sacó una pistola, se la puso sobre su propia cabeza y dijo: - Podré irme al infierno, pero no pagaré esta deuda. Y apretó el gatillo, cayendo muerto de inmediato. El judío no quiso ser menos, así que agarró la pistola del árabe, la puso sobre su cabeza y dijo: - ¡Voy a recibir este dinero aunque sea en el infierno! Y jaló el gatillo, suicidándose también. El gallego, que había observado todo, tomó el mismo revolver, lo puso sobre su cabeza y dijo: - ¡Poz, hombre!, ¡que a mi me pagan los tragos y el tiradero que hicieron! Colaboración de Jorge López de México, D.F. |