01 | Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. |
02 | Delante de él había un hombre enfermo de hidropesía. |
03 | Jesús preguntó a los doctores de la Ley y a los fariseos: «¿Está permitido curar en sábado o no?». |
04 | Pero ellos guardaron silencio. Entonces Jesús tomó de la mano al enfermo, lo curó y lo despidió. |
05 | Y volviéndose hacia ellos, les dijo: «Si a alguno de ustedes se le cae en un pozo su hijo o su buey, ¿acaso no lo saca en seguida, aunque sea sábado?». |
06 | A esto no pudieron responder nada. |
07 | Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola: |
08 | «Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, |
09 | y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: "Déjale el sitio", y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar. |
10 | Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: "Amigo, acércate más", y así quedarás bien delante de todos los invitados. |
11 | Porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado». |
12 | Después dijo al que lo había invitado: «Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. |
13 | Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. |
14 | ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!». |
15 | Al oír estas palabras, uno de los invitados le dijo: «¡Feliz el que se siente a la mesa en el Reino de Dios!». |
16 | Jesús le respondió: «Un hombre preparó un gran banquete y convidó a mucha gente. |
17 | A la hora de cenar, mandó a su sirviente que dijera a los invitados: "Vengan, todo está preparado". |
18 | Pero todos, sin excepción, empezaron a excusarse. El primero le dijo: "Acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo. Te ruego me disculpes". |
19 | El segundo dijo: "He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego me disculpes". |
20 | Y un tercero respondió: "Acabo de casarme y por esa razón no puedo ir". |
21 | A su regreso, el sirviente contó todo esto al dueño de casa, y este, irritado, le dijo: "Recorre en seguida las plazas y las calles de la ciudad, y trae aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los paralíticos". |
22 | Volvió el sirviente y dijo: "Señor, tus órdenes se han cumplido y aún sobra lugar". |
23 | El señor le respondió: "Ve a los caminos y a lo largo de los cercos, e insiste a la gente para que entre, de manera que se llene mi casa. |
24 | Porque les aseguro que ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena"». |
25 | Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: |
26 | «Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. |
27 | El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. |
28 | ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? |
29 | No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: |
30 | "Este comenzó a edificar y no pudo terminar". |
31 | ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? |
32 | Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. |
33 | De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. |
34 | La sal es una cosa excelente, pero si pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? |
35 | Ya no sirve ni para la tierra ni para abono: hay que tirarla. ¡El que tenga oídos para oír, que oiga!» |