Así debieron haber sido los cuentos de hadas que nos leían cuando éramos niños:
Había una vez en tierras muy lejanas, una princesa hermosa, independiente, y segura de sí misma que se encontró a un sapo mientras pensaba en asuntos ecológicos y en sus acciones en la bolsa de valores a la orilla de un estanque impoluto, en una verde pradera cerca de su castillo. El sapo saltó al regazo de la princesa y le dijo: - Elegante dama, yo fui una vez un hermoso príncipe, hasta que una malvada bruja me hechizó. Un sólo beso tuyo podría revertir el hechizo y convertirme de nuevo en el maravilloso y joven príncipe que soy, y entonces, preciosa, podremos casarnos y podrás cuidar de mi castillo con mi madre, donde podrás preparar mis alimentos, lavar mi ropa, dar a luz a mis hijos, y estar por siempre agradecida y feliz de poder hacerlo. Esa noche, mientras la princesa disfrutaba de una elegante y deliciosa cena de ancas de rana ligeramente salteadas sazonadas con vino tinto y salsa cremosa de cebolla, se sonrió mientras pensaba: ¡NI LOCA, WEY!
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