01 | La reina Ester se refugió junto al Señor, presa de una angustia mortal. |
02 | Se había quitado sus vestidos de reina y se había puesto vestidos pobres y de luto. En vez de ricos perfumes se había cubierto la cabeza de cenizas y de basura. |
03 | Humillaba severamente su cuerpo: en vez de adornarlo con joyas lo cubría con sus cabellos sueltos y así suplicaba al Señor, el Dios de Israel: |
04 | «¡Oh Señor mío, nuestro rey, tú eres el Unico! Ven en mi socorro, porque estoy sola y no tengo más ayuda que tú, y debo arriesgar mi vida. |
05 | Desde mi nacimiento aprendí de mis padres que tú elegiste a Israel entre todos los pueblos, y a nuestros padres entre todos sus antepasados. Tú los nombraste tus herederos y tú cumpliste con ellos tus promesas. |
06 | Pero luego pecamos contra ti y nos entregaste en manos de nuestros enemigos |
07 | porque habíamos servido a sus dioses. ¡Tú eres justo, Señor! |
08 | Pero no les bastó con ver nuestra triste esclavitud, sino que apelaron a sus ídolos para arruinar el decreto que había salido de tu boca, |
09 | para hacer desaparecer a tus herederos, para cerrar la boca de los que te cantan, extinguir la gloria de tu altar y de tu Templo. |
10 | Mira cómo los paganos se aprestan a cantar la victoria de sus ídolos, a extasiarse sin cesar ante un rey que no es más que un hombre. |
11 | ¡Señor, no entregues tu realeza a los que son nada! ¡Que nadie pueda reírse de nuestra desgracia! Que sus proyectos se vuelvan en su contra y que lo que hagas con el que los trama en contra de nosotros sirva de escarmiento. |
12 | Acuérdate Señor, muéstrate en el día de nuestra prueba, y dame a mí valor, Rey de los dioses y Señor de toda autoridad. |
13 | Cuando esté ante el león, pon en mis labios las palabras que le seduzcan, transforma su corazón para que odie a nuestro enemigo, para que lo haga perecer junto con todos los que se le parecen. |
14 | En cuanto a nosotros, que tu mano nos salve. Ven a socorrerme, porque estoy sola y no tengo a nadie más que a ti, Señor. |
15 | Tú lo sabes todo, tú sabes que detesto la gloria de los impíos y que me horroriza la cama de los paganos y de cualquier extraño, |
16 | pero sabes que estoy obligada a ello. La corona que debo llevar puesta los días de fiesta, como señal de mi grandeza, me disgusta tanto como la toallita sucia con la menstruación de una mujer; por eso, cuando estoy en mi casa no la llevo puesta. |
17 | Tu esclava no ha comido en la mesa de Amán, ni le gustan los banquetes de los reyes, ni tampoco prueba su vino. |
18 | Tu esclava no ha conocido otra alegría más que tú, Señor, Dios de Abrahán, desde el día de su coronación hasta ahora. |
19 | ¡Oh Dios, tú que superas a todos, atiende los ruegos de los desesperados, líbranos de la mano de los malvados, y líbrame de mi miedo!» |