01 | Del maestro de coro. De Iedutún. Salmo de David. |
02 | Yo pensé: «Voy a vigilar mi proceder para no excederme con la lengua; le pondré una mordaza a mi boca, mientras tenga delante al malvado». |
03 | Entonces me encerré en el silencio, callé, pero no me fue bien: el dolor se me hacía insoportable; |
04 | el corazón me ardía en el pecho, y a fuerza de pensar, el fuego se inflamaba, ¡hasta que al fin tuve que hablar! |
05 | Señor, dame a conocer mi fin y cuál es la medida de mis días para que comprenda lo frágil que soy: |
06 | no me diste más que un palmo de vida, y mi existencia es como nada ante ti. Ahí está el hombre: es tan sólo un soplo, |
07 | pasa lo mismo que una sombra; se inquieta por cosas fugaces y atesora sin saber para quién. |
08 | Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda? Mi esperanza está puesta sólo en ti: |
09 | líbrame de todas mis maldades, y no me expongas a la burla de los necios. |
10 | Yo me callo, no me atrevo a abrir la boca, porque eres tú quien hizo todo esto. |
11 | Aparta de mí tus golpes: ¡me consumo bajo el peso de tu mano! |
12 | Tú corriges a los hombres, castigando sus culpas; carcomes como la polilla sus tesoros: un soplo, nada más, es todo hombre. |
13 | Escucha, Señor, mi oración; presta oído a mi clamor; no seas insensible a mi llanto, porque soy un huésped en tu casa, un peregrino, lo mismo que mis padres. |
14 | No me mires con enojo, para que pueda alegrarme, antes que me vaya y ya no exista más. |