Mi hija, por entonces de más o menos cuatro o cinco años me dio una lección muy importante: Aún cursaba mis estudios de Ingeniería Civil en la Universidad y como suele ocurrir, había prestado uno de mis libros a un compañero de estudios con la promesa de que me lo devolvería después de estudiar y tomar notas, a tiempo para que yo hiciera lo propio antes de nuestro próximo examen. Pues bien, como también suele ocurrir, el indicado amigo no devolvía el libro y la fecha del examen se acercaba peligrosamente así que no me quedó otra opción que ir a buscarlo. Muy molesto por la situación y la irresponsabilidad del tipo, le ofrecía mi pequeña hija un paseo a lo que accedió obviamente muy feliz. Y allí íbamos a buscar al fulano para solicitarle la devolución del libro. El amigoen cuestión vivía muy lejos de nuestra casa así que durante la caminata la niña se cansó y tuve que llevarla en brazos largo trecho. Como a cada minuto yo iba pensando en la situación, en la irresponsabilidad y la frescura de mi amigo, también iba murmurando y al conversar con la niña iba dejando salir mis frases de ira contra el susodicho, el diálogo era más o menos el siguiente: - ¿A dónde vamos papi? - A buscar a un amigo hijita. Minutos más tarde: - ¿Tienes que conversar con tu amigo papito? - Al imbécil ese tengo que reclamarle mi libro hija - Mmm, le has prestado tu libro a tu amigo? - Sí hijita y el muy imbécil no me lo devuelve, lo necesito porque pasado mañana tengo examen. - ¿Y tienes que estudiar en tu libro por que si no tu profesor te castiga? Sonreí - Si hijita, y el imbécil este tiene la culpa. - ¿Falta mucho para llegar a la casa de tu amigopapito? Yo estaba sudando para entonces y la ira era a cada instante más intensa: - Felizmente ya falta poco hija, unas cuantas cuadras más y llegamos a la casa del imbécil este. Cuando al fin llegamos a la puerta de la casa del amigo en cuestión, toqué la puerta poniendo a la niña en el suelo y abanicando mi rostro completamente cubierto de sudor. En un momento abrió la puerta la esposa de mi amigo, salió y la saludé, no con muy buena cara, claro está. Y antes de que pudiera siquiera preguntar por mi amigo, mi hija gritó: - ¿Aquí vive el imbécil ese que no te devuelve tu libro papito? Desconcierto total, tartamudeo, disculpas...fulanito no está pero en cuanto llegue le diré que le lleve su libro, hasta luego, portazo. Una vez más, necesitamos mucha prudencia para hablar con los niños, mucho cuidado en cómo actuamos frente a ellos y cómo les hablamos. LUIS JÄEGER FERNÁNDEZ. |