Cuenta la historia que un rey muy próspero amaba profundamente a los animales y le gustaba verlos cerca para disfrutar de su belleza, pero respetaba su libertad y se gozaba dejándolos en libertad en sus inmensos jardines. A menudo compraba los animales que los cazadores solían traer al pueblo, los curaba, los alimentaba y los cuidaba con esmero encargando a sus sirvientes mucha responsabilidad en el trato y en el cuidado de los animales. Cierta vez le llevaron un hermoso halcón de enormes alas, era un animal realmente imponente, sus fuertes garras se asían con firmeza al tronco de madera en el que era transportado, cuando desplegaba sus alas ofrecía un espectáculo simplemente sobrecogedor, su cabeza rematada por un pico brillante y poderoso, amenazador y sus ojos dejaban ver una agudeza sorprendente. El rey se sintió realmente admirado de tal portento de animal y lo compró a un precio exorbitante e inmediatamente ordenó que sea llevado al mejor lugar de su jardín. Todos los días lo contemplada desde las ventanas de su palacio y a menudo bajaba para verlo de cerca. Sin embargo, observó a los pocos días que el animal a pesar de desplegar sus enormes alas impresionando a quienes estuvieran cerca, no levantaba vuelo, volvía a encoger sus extremidades y retornaba a su cotidiana quietud. Hizo todos los esfuerzos posibles para que el halcón volara, ofreció a sus súbditos una cuantiosa fortuna como premio para el que fuera capaz de hacer volar al ave. Como no podía ser de otra forma, se presentaron muchos postulantes a ganar el premio, todos fracasaron. No importaba lo que intentaran, el ave no volaba y el rey se sentía triste por ello. Pasaron los días y el ave continuaba sin volar. Finalmente, un campesino se presentó ante el rey y le prometió conseguir que el halcón levantara vuelo; el rey sin mucha esperanza ordenó que le permitieran intentarlo y así el campesino fue llevado al jardín donde reposaba el hermoso animal. Cuál no sería la sorpresa del rey cuando a los pocos minutos sus guardias le pidieron, asombrados, que mirara por la ventana. Así pudo ver un espectáculo maravilloso, el halcón volaba con destreza cada vez mayor, se remontaba muy alto, hasta casi perderse de vista y volver a ras del suelo para volverse a elevar raudamente dando giros, rizos, vueltas y trazando toda clase de figuras en el aire, se alejaba y volvía como si fuese el dueño de los aires, lo vieron cazar un pequeño roedor y llevárselo lejos. Llamó el rey al campesino y le preguntó cómo había conseguido aquel milagro. Con simpleza el hombre respondió: - Mi señor, simplemente corté el tronco sobre el cual el halcón reposaba, así, al no encontrar apoyo y seguridad recordó su naturaleza y remontó el vuelo. Lo que había sucedido era que el ave se sentía segura aferrada al tronco, allí le era llevado su alimento, el agua que necesitaba y allí era admirada su belleza, no tenía ninguna necesidad de desprenderse del palo y por lo tanto, no se desprendía de él. Cuando el palo faltó, el halcón no encontró más comodidad y tuvo que volar, eso le recordó que podía volar, que podía disfrutar de los cielos, mirar la tierra desde muy arriba, cazar, sentirse libre, ser libre. Así sucede con muchas personas que viven aferradas a situaciones que solamente constituyen limitantes, que inducen falsa sensación de seguridad y que son en realidad verdaderos lastres impidiéndoles descubrir nuevos horizontes, convirtiéndose en verdugos de la libertad personal. Un trabajo mal pagado brinda esa sensación falsa de seguridad. Una relación de pareja incómoda, abusiva, degradante brinda esa sensación. En mi país es común saber de mujeres que soportan a un marido que las golpea y abusa de ellas y de sus hijos solo porque dependen económicamente de ese hombre y ese altar del sostén económico sacrifican todo, su libertad, su dignidad, su vida misma y la de sus hijos. Una gran mayoría de peruanos reniegan de sus trabajos, cuando se les pregunta al respecto la respuesta más usual es: “no chorrea, pero gotea” y así se la pasan soportando toda clase de abusos y maltratos laborales a cambio de apenas lo suficiente para sobrevivir aunque no tengan con ello posibilidades de cambiar su destino y desarrollar hasta donde su verdadero potencial podría llevarles. Son como el halcón aferrado a su palo negándose a sí mismo su derecho a la libertad, al aire, al espacio mismo, aceptando una posición de mendigo en la tierra siendo realmente el rey de los aires. Pueblos enteros soportan gobernantes deshonestos justificando su sometimiento con el dicho “aunque robe, hace obras…” y bajan la cabeza diciendo “los pueblos tienen los gobernantes que merecen”. Es necesario a todas estas personas alcanzarles este mensaje de liberación, de optimismo, de grandeza, de esa grandeza que todos y cada uno llevamos dentro. LUIS JÄEGER FERNÁNDEZ. |
El horror al vacío y el desarrollo humano | ¿Qué necesitamos para ser libres y triunfar?