Uno de los acontecimientos que más ha impactado en mi vida es el haber conocido (aunque no personalmente) a Nick Vujicic, australiano de 23 años que tiene mucho, muchísimo de especial, sobre todo aquello que solo tienen los llamados a triunfar, a tener éxito en la vida, hablando de la vida en todo aspecto, en toda su integridad. Nació sin brazos ni piernas y solo dispone de una extremidad a modo de pie que él mismo llama risueñamente “pata de pollo” pues solamente consta de dos dedos. ¿Cómo explicarse entonces la inmensa sonrisa que ilumina su rostro en toda circunstancia? Según su propio testimonio, estuvo a punto de suicidarse alguna vez, cuando niño, a los ocho años y resulta entendible esa posición. Bajo nuestros parámetros y bajo nuestra cultura latinoamericana, era un candidato fijo a la mendicidad y a la conmiseración pública. Veo al pasar por las calles de mi ciudad a personas con limitaciones, miro sus rostros y la única expresión en ellos es aquella que llama a la lástima y su voz es solo un ruego sin final; levantan las perneras de los pantalones para exhibir el muñón de lo que alguna vez fue una pierna o la manga de la camisa para mostrar el muñón de un ya inexistente brazo, muestran su cojera o sus articulaciones cruelmente deformes por la artritis y acompañan la exhibición con una lastimera queja implorando una limosna, otros en un arranque de “fortaleza” parecieran exhibir su limitación como un mérito para recibir un pago por el espectáculo. No hago un cuestionamiento a la compasión que podemos –debemos- sentir ante el infortunio de un ser humano, para nada, ayudémosle en lo que podamos y ojalá hiciéramos algo más que arrojar en su platillo una moneda, a menudo la de menor valor que podamos dar; descuidadamente, apresuradamente, al paso, con ánimo de cumplir más que con el prójimo, con la propia conciencia; en el colmo de nuestro cinismo, a veces nos lamentamos unos pasos más allá pero sin dejar nuestro apresurado pasar-sin-mirar y nos dirigimos la pregunta ¿Por qué Dios permite esas cosas? El comentario va dirigido más bien al interior de esas personas que, rodeadas de un exterior compuesto de personas aparentemente normales, en plenitud de facultades no han encontrado el verdadero y más importante apoyo, el emocional, el apoyo inteligente de alguien que, lejos de acentuar sus limitaciones físicas con una mayor, la mental han debido colocar en ellos la semilla del valor propio, de la autorrealización. Probablemente fueron las propias madres quienes al darlos a luz tuvieron una de las dos reacciones más perniciosas para la autoestima: la pena (nótese que no digo compasión) o el rechazo (forzadamente comprensible, pero igual de dañino), o tal vez fueron los padres o quizás fue todo su entorno; no importa en realidad, el caso es que quienes los rodearon y cuidaron fueron incubando en ellos la autocompasión, el sentirse menos que los demás, la autoconmiseración y el orientarse a la manera más fácil de solucionar sus necesidades: el provocar la lástima de los demás para recibir aunque sea una moneda arrojada con mala gana y malas maneras, no importa, con los años han aprendido a ya no sentirse ofendidos. A todo este lamentable y denigrante acontecer contribuye la comunidad entera, se ha hecho parte de nuestra cultura latina. Qué contraste, Nick Vujicic fue criado en otra cultura, nunca tuvo extremidades, se deprimió –claro, como no, era lógico- puedo imaginarlo sufriendo la crueldad de los otros niños (los niños son inconcientemente crueles con quienes tienen limitaciones físicas), o mirando de lejos a otros niños correr, saltar, subir a los árboles o jugar al fútbol, hacer travesuras y todo aquello que hacen los otros chicos; y quiso morir, lo dice él mismo. Aún más, Nick es hijo de un pastor que fundó una iglesia pocos meses antes que él naciera, los cimientos de esa iglesia se estremecieron y, cuando no, los “halcones” aparecieron criticando y lanzando inquietantes preguntas sin respuesta ¿Por qué le ocurre eso precisamente al Pastor? ¿Qué pecados tan terribles habrá cometido para que le acontezca esta desgracia? ¿Existe realmente Dios? ¿Y si existe, por qué permite este desastre? Una madre a toda prueba lo sacó adelante, enfermera de profesión, inculcó en su hijo la mejor forma de pensar del mundo y de toda la historia de la humanidad: Si tu mente está entera podrás tener limitaciones, pero no tienes límites. Y allí tenemos a Nick, triunfante, exitoso hombre de negocios y por si fuera poco, predicando a miles y millones de personas en todo el mundo sobre el amor infinito de Dios. Nick aspira a la independencia total, idea e inventa métodos, maneras y aparatos para reducir cada vez más su dependencia de otras personas, es capaz de vestirse, se afeita, se asea, se lava los dientes, cocina sus alimentos, maneja su computadora, opera su celular, utiliza correctamente su DVD, nada en su propia piscina, corre olas en tabla hawiana; es decir, no tiene límites en su vida personal. El secreto de todo está en esa fe inquebrantable que reside en una mente formada a prueba de balas, que nunca permitió y menos incentivó la lástima sino por el contrario, lo impulsa hacia adelante sin la mínima probabilidad de pensar siquiera en el fracaso. Quienes mendigan han recibido muchas limosnas en su vida y no por eso han dejado de ser pobres ni han dejado de llamar conscientemente a los demás a la lástima; Nick y probablemente otros como él nunca recibieron una limosna, pero no son pobres (hablo literalmente, tanto en lo material como, desde luego, en lo espiritual). No es pues la lástima lo que mueve la mano de Dios, es la fe, la fe consciente, aquella fe que a veces duele, cuántas veces la madre de Nick se habrá sentido llamada a sobreprotegerlo por ese innato sentimiento que urge a todas las madres al auxilio de su niño y cuántas veces se habrá detenido dolorosamente para permitirle sobreponerse con sus propias fuerzas y así impulsarlo a saberse capaz, nunca lo sabremos, pero allí tenemos el ejemplo vivo. No dejo de preguntarme qué pasaría si además de cambiar nuestra mentalidad personal cambiáramos también nuestro subconsciente colectivo, nuestro pensar como naciones; ¿habría “países pobres” si los “más grandes” no nos bombardearan con mensajes de pobreza y miseria cada vez que envían ayuda humanitaria? Cualquier respuesta empieza por uno mismo, forjando el cambio de la propia mente y luego a irradiar hacia los demás el único y verdadero secreto del éxito: Cambiar la forma de pensar. LUIS JÄEGER FERNÁNDEZ |