Regálame ese grandioso atardecer.Así llegué a la orilla del mar de Nuevo Vallarta, con la cámara lista, diciéndole al cielo: “Regálame un atardecer con un sol enorme, que se pueda apreciar en su total redondez, brillante y escondiéndose en el mar; regálame un atardecer de postal. El atardecer me contestó: Con qué poco te conformas, y que orgulloso eres. Un orgullo escondidoLa primera afirmación que me hizo me llamó la atención, pero la segunda me sacudió por dentro. ¿Orgulloso?, le pregunté. Si, eres un poco orgulloso. Ponte a pensar que quieres un atardecer al gusto de todos para tomarme esa fotografía que les haga exclamar “¡Qué bonita fotografía tomaste!”; quizá la ibas a compartir diciendo ¡Qué hermoso atardecer nos regala Dios!, pero también te mueve esa oculta necesidad de adulación por una fotografía de la cual tu único mérito es haber estado presente para tomarla, y olvidándote que realmente todo el mérito, completa y absolutamente es de Dios. No lo tomes como un regaño, ni te sientas mal, ya que la observación que te hago en este momento es para que seas más feliz. Cada atardecer es especial.Deja de pedir un atardecer especial, y descubre lo especial de cada atardecer; descubre las manos de Dios que dan color y textura a cada elemento, piensa en las manos del creador sosteniendo cada nube, en su soplo que mueve las olas del mar, en los granos de arena y gotas de agua que únicamente Él puede contar. Observa incluso como en este atardecer están presentes esos cuatro elementos de la antigüedad, necesarios para la vida: agua, tierra, fuego y aire. Aprende a observar lo especial de todo lo que hace Dios, y serás más feliz porque contemplarás a Dios en todos lados. Un regalo de DiosNo podía negar la verdad que me mostraba el atardecer: todos son especiales, todos nos los prepara Dios cada día para que nos maravillemos y lo contemplemos, para decirnos que nos ama y que no estamos solos.Y procedió a regalarme otro atardecer especial. Gracias Dios por tu bondad. Autor:Juan Zarlene |