Las vivencias de nuestra infancia son determinantes para la vida adulta.
Nuestro primer acercamiento y reconocimiento del mundo en este mundo definirá de manera positiva o no, nuestra personalidad; nuestras relaciones y cómo enfrentamos las distintas situaciones del día a día.
El apego en la niñez forma parte de estas vivencias tempranas y se considera la relación afectiva más importante que creamos los seres humanos, ya que suele durar la mayor parte de la vida y es capaz de repetirse hasta tres generaciones posteriores.
¿Qué es lo que lo hace tan importante? ¿Cuáles son sus tipos? ¿Cómo puedo brindarles a mis hijos un apego seguro? Sigue leyendo. Te lo decimos todo.
La teoría del apego surge de las formulaciones de John Bowlby y Mary Ainsworth, quienes exploraron el vínculo emocional y profundo entre un ser humano y otro, principalmente entre el bebé y sus padres; y su impacto en su desarrollo futuro.
En pocas palabras, la teoría del apego, analiza si un niño se siente seguro y protegido con sus papas o con la persona que lo cuida.
El apego se establece durante los 3 primeros meses de vida del bebé, cada vez que papá, mamá o el cuidador responde a sus necesidades, por ejemplo, al atenderlo y calmarlo ante un ataque de llanto.
De esta manera, el recién nacido adquiere confianza en sí mismo y en los demás, o la habilidad para explorar su entorno.
Por el contrario, si no se puede establecer un vínculo saludable durante esta primera fase de desarrollo, puede provocarle varios problemas emocionales más adelante.
A la larga el tipo de crianza aplicada será clave para saber cómo se relacionará con el mundo a medida que crezca.
El apego puede ser tanto seguro, como inseguro. Dentro de esta última categoría se derivan otros tres estilos: ansioso-ambivalente, evitativo y desorganizado. Echémosle un vistazo a cada uno de ellos:
Apego seguro
Se forma cuando papá, mamá o el cuidador principal crean un vínculo sensible, cálido y amoroso con el bebé. Es decir, responden con constancia, de manera atenta y cómoda cuando el pequeño lo necesita y en las interacciones del día a día. Por ejemplo:
Este a su vez se muestra alegre, se siente amado y desarrolla la capacidad de confiar, de comunicarse con los demás y de no temerle al abandono.
Al crecer se vuelven niños y adultos autónomos, con una autoestima positiva y experimentan el mundo como un lugar seguro.
Ansioso- ambivalente
Este tipo de apego se forma cuando el cuidador principal muestra una inconsistencia en las interacciones y en las habilidades emocionales con y para el bebé.
En algunos casos puede responder cariñosa y afectivamente, mientras que en otros con molestia o frialdad.
Como consecuencia el pequeño responderá ante esta inestabilidad mostrando angustia, desconfianza, inseguridad e inquietud en su entorno; además de preocupación al no saber cuándo podrá conectar emocionalmente con papá, mamá o sus cuidadores.
En la edad adulta se convertirá en una persona con dependencia emocional, pues requiere de la atención de los demás para sentirse bien con una tendencia a exagerar sus necesidades. Presentará baja autoestima y puede ser propensa a involucrarse en relaciones tóxicas.
Apego evitativo
El apego evitativo se desarrolla en bebés y niños que experimentan una falta de afecto, ausencia o abandono de sus padres o cuidadores; por lo que han asumido que no pueden contar con ellos, causándoles sufrimiento, represión de su ansiedad, una sensación de ser insignificantes y no amados; y en cuestiones físicas, frecuencia cardíaca alta.
Como respuesta, presentan conductas de distanciamiento y desconexión emocional. Por ejemplo, no lloran cuando se separan de su cuidador.
Al convertirse en adultos mantienen una imagen de falsa independencia, aunque por dentro sienten ese miedo al rechazo y el abandono. Todas sus relaciones son meramente superficiales, pues no se sienten cómodos en la intimidad con otras personas.
Asimismo, al convertirse en padres o madres, no saben atender a sus propios hijos; y es un ciclo que puede repetirse si no le atiende a tiempo.
Apego desorganizado
Se forma cuando el vínculo entre el cuidador principal y el bebé es amenazante. Es decir, hay manifestaciones de agresividad, maltrato, violencia y abuso psicológico y físico hacia el niño.
Estas situaciones desorganizan completamente sus ideas sobre el amor y la seguridad; sin embargo, al no poder sobrevivir sin el cuidador, el pequeño tratará de mantenerse cerca, a pesar de las agresiones. Y para ello, desarrollará una estrategia de desconexión del miedo y disociación, que es una pérdida de contacto con la realidad.
Al crecer y ser un adulto, tendrá dificultades para controlar sus emociones (ira, rabia, enfado) ya que ha aprendido que las relaciones íntimas están conformadas por la agresividad.
Además, no tendrá noción del respeto por los demás, se sentirá indigno del amor, evitando todas las situaciones sociales, con una actitud híper vigilante, para huir de un posible conflicto o agresión.
Es importante mencionar que, aunque el apego de la infancia es determinante en la adultez, no siempre es su destino.
Las situaciones y momentos que se van presentando en el transcurso de su vida pueden cambiar el tipo de apego. Por ejemplo, un pequeño en preescolar puede pasar a tener de tener un apego seguro a uno ambivalente con una situación de divorcio o la muerte de un padre.
O, por el contrario, un apego de tipo inseguro puede ser reparado gracias a una relación posterior, ya sea otro cuidador amoroso y que ofrezca soporte emocional; una buena relación de pareja o la terapia psicológica.
Tras leer los tipos de apego, podemos darnos cuenta que el apego seguro es el ideal con el que un niño debería formarse, ya que tendrá mayor autonomía, mayor regulación emocional, mejor afrontamiento del estrés; relaciones exitosas y por ende mayor alegría y entusiasmo ante la vida.
Además de que, si un día decide tener hijos, ofrecerá una maternidad o paternidad más receptiva y amorosa.
Y bien, ¿cómo puedo desarrollar ese tipo de apego?
Según los autores, no solo se trata de un conjunto de comportamientos prescritos, sino de un estado mental hacia el bebé y una sensibilidad hacia lo que está sintiendo y necesitando, además del deseo de conectar emocionalmente con el pequeño.
Algunas de estos factores pueden ser de gran ayuda:
Finalmente nos damos cuenta que el apego es esencial para la salud mental de los bebés y que formar una familia debe ser una decisión consciente y responsable, en la que nos veamos capaces en todos los sentidos de ofrecerles una buena infancia a nuestros futuros pequeños.
Y de igual forma, tener la certeza como padres, de que siempre podemos mejorar nuestras relaciones con ellos para propiciar su desarrollo óptimo.
FUENTES: